Eso de que a medida que pasan los años te olvidas de la
gente que pasó por tu vida, en mi caso, no es verdad. Y más si se hablan de
profesores, personas dedicadas a la formación y, ¿por qué no? También de la educación
de miles de niños, adolescentes y adultos. Por eso pienso que aquellos que
dicen que no se acuerdan de sus profesores mienten, quizá tan solo quieren
recordar a personas que han marcado gratamente su vida y olvidar a aquellos que
han pasado de manera no trascendental, como puede llegar a ser un profesor.
Pienso que la mayor causa de este suceso (que nuestros profesores pasen por nuestras
vidas sin aportarnos ninguna educación, tan solo mera formación) es la mala
selección de cuerpo docente. No podemos dejar que nuestros futuros hijos,
puesto que nosotros probablemente ya no tengamos opción a cambiar esto, se
formen por personas sin vocación, sin motivación, ni aptitud. Personas que solo
estudian carreras como magisterio porque su nota de corte es un 5, y no porque
quieran dedicar su vida a formar y educar. Existe una clara diferencia en la formación de las personas entre los
profesores que de verdad disfrutan con su trabajo y los que no. En este vídeo podemos ver como con verdadera vocación un profesor puede convertir una simple
clase en algo más que en unas horas de formación:
Volviendo a mi vida personal, recuerdo a cada uno de mis
profesores y su toque especial. Mi profesora Felisa, que por cada acierto en
clase, nos daba ositos de gominola. La hermana Victoria, en la complicada edad
del pavo, nos empezó a hablar de sexualidad. Elma, la profesora con la que más
matemáticas he aprendido jamás. O Gema, no solo una profesora que se dejaba el
alma en sus clases de literatura, sino aquella dispuesta a llamarte al teléfono
para charlar un rato e interesarse por tus problemas.
Pero sin duda el profesor
que más ha marcado mi vida ha sido David Ortega, tutor de 3º y 4º de primaria,
y profesor de educación física durante toda la primaria.
Recuerdo perfectamente
sus ¡MUY BIEN! En boli rojo, con esa caligrafía tan característica, siempre en mayúscula.
Recuerdo como, cuando acababa los exámenes de conocimiento del medio antes de
la hora, me mandaba hacer un dibujo relacionado con el tema al final de aquellas
hojas cuadriculadas. Recuerdo el momento exacto en que me dijo “mañana trae un
boli, vas a ser la primera de clase en dejar el lápiz gracias a tu cuidada y trabajada
caligrafía”. Recuerdo las elecciones de delegado, los grandes debates. Pero no
solo eso, porque él iba más allá. Recuerdo las grandes tutorías con los padres.
Recuerdo como el último día de clase me regalo, hoy por hoy, uno de mis libros favoritos:
El Principito. Recuerdo como cada cumpleaños, hasta varios años después,
encontraba una postal en mi buzón con su firma.
Escuchando la opinión de mis compañeros me siento afortunada.
A diferencia de ellos recuerdo a todos mis profesores, y a la mayoría de una manera
más que satisfactoria. Con una sonrisa en la cara.
SONANDO:
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