Todo
pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.
Cuando
se nos planteó en clase el proyecto “huellas de la ciudad” me
pareció la forma perfecta de llevar a cabo una cosa que llevaba
mucho tiempo queriendo hacer: Conocer la
ciudad del acueducto
(casi mi segunda casa) y pararme a pensar en la huella que me ha
dejado; y todo lo que yo he dejado atrás.
Nunca
persequí la gloria,
ni
dejar en la memoria
de
los hombres mi canción;
yo
amo los mundos sutiles,
ingrávidos
y gentiles,
como
pompas de jabón.
Esa
idea de conocer mejor Segovia para hacer un gran trabajo se convirtió
en una GRAN (sí, en mayúsculas) experiencia para darme cuenta de
que Segovia no solo es la ciudad en la que estudio, una ciudad con
sus edificios y sus gentes, si no un sentimiento. Cuanto alguien me
nombra Segovia, oigo su nombre en la tele o leo esas 7 letras en un
periódico mi corazón da un pequeño vuelco y tan solo me vienen
momentos y personas a la cabeza.
Me
gusta verlos pintarse
de
sol y grana, volar
bajo
el cielo azul, temblar
súbitamente
y quebrarse...
Algunas
de esas personas son mis compañeros de este trabajo, a los que
conocí el primer día que pisé esta ciudad para quedarme, y los que
han estado a mi lado desde ese momento. Mi pequeña gran
familia.
Caminante,
son tus huellas
el
camino y nada más;
caminante,
no hay camino,
se
hace camino al andar.
Sé
que no todos van a estar mano con mano durante estos cuatro años
pero si el destino quiere, nos volverá a cruzar. Es
entonces cuando te pones a pensar... ¿En apenas 9 meses se puede
coger tanto cariño a las personas? La respuesta es sí, y Segovia y
sus huellas son las culpables.
Al
andar se hace camino
y
al volver la vista atrás
se
ve la senda que nunca
se
ha de volver a pisar.
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